Zona indígena de Ayutla: La pesada carga de la pobreza

Kau Sirenio Pioquinto

El camino que serpentea por las faldas de los cerros rumbo a La Concordia, municipio de Ayutla, luce abandonado. La última vez que una maquina rastreó ese tramo fue hace cuatro años, cuando se pavimentó la carretera que va de Ayutla a Coapinola. A partir de ahí, ya no siguió la pavimentación, a pesar de que desde entonces el municipio ha tenido dos presidentes municipales.

En esa brecha llena de zacate y árboles caminan María y Micaela. Cada una lleva una carga de leña sobre la espalda y van descalzas, a pesar de que a esa hora la tierra hierve y en el piso lleno de gravilla suele haber espinas.
Aquí es común que las mujeres acarreen leña los días de cosecha, cuando vuelven de llevar de comer a los hombres que se ocupan de los cultivos.
Casi al llegar a El Paraíso, el ladrido de los perros y el canto de los gallos anuncian la cercanía del pueblo. Allí, donde el camino se esconde entre árboles y arbustos, la vista del lienzo colorido de las flores de otoño y el aroma que sueltan el cempaxúchitl y las campanitas, hacen menos pesada la carga.
Al cruzar el arroyo grande, madre e hija se alzan las enaguas descoloridas hasta las rodillas para no mojárselas. No se detienen a disfrutar el agua fresca del riachuelo, siguen caminando como si nada, con los pasos lentos del campo.
Las indígenas recuerdan que la última vez que vieron una maquina rastreadora fue hace cuatro años. Desde entonces, la promesa de la pavimentación de la carretera quedó sólo en palabras que nunca se cumplieron. «Katyi ra ni nda kua’a ityi, ta ni tya’an xà ne (él dijo que arreglaría el camino, pero aún no lo ha hecho)».
Las dos mujeres saben que cuando les arreglen la carretera, ellas serás las principales beneficiadas, porque disminuirán las muertes maternas y las muertes infantiles, tan comunes en estas comunidades por falta de servicios.
Hay tramos de esta carretera que parecen barrancas. Los pasajeros de la única camioneta de transporte público, resienten la caída del vehículo en los baches y el brincoteo por tanta piedra filosa, que incluso podrían ponchar alguna llanta.
Las localidades de esta zona ñuu savi (mixteca) quedan aisladas hasta siete meses a partir del inicio de las lluvias. Cuando se rastrea la carretera después de las lluvias, cuando mucho dura cinco meses en buen estado; después, vuelve a quedar abandonada largo tiempo, a veces durante años, como ahora que ya han pasado cuatro años sin que se repare.
Los Bienes Comunales de Coapinola y La Concordia tienen grados de marginación muy altos. Costa Chica es la segunda región más pobre de Guerrero. El 99.2 por ciento de las comunidades vive en pobreza extrema, según datos del Consejo Nacional de la Población (Conapo), 2012.
Los pobladores de la mixteca de Ayutla, además de vivir en pobreza extrema, sufren con mucha frecuencia el acoso militar, sobre todo, a partir del 7 de junio de 1997, cuando soldados del 48 Batallón de Infantería asesinaron a 11 campesinos en la comunidad de El Charco.
En estas condiciones viven Micaela y su hija, acostumbradas al caminar diario, sin importar el intenso calor y las malas condiciones del camino. Lo que quieren es llegar a tiempo a casa a preparar la cena para sus maridos, que ya no tardarán en regresar.
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Con el pretexto de aplicar la Ley de Armas de Fuego y Explosivos, y la guerra contra el narcotráfico, se instalan retenes en caminos y brechas que comunican las comunidades ñuu savi, militarización que no ha cesado desde el 7 de junio de 1997, cuando soldados del Ejército mexicano asesinaron a 11 campesinos en El Charco.
Las violaciones a los derechos humanos cometidas por el Ejército mexicano, documentadas por organismos civiles de derechos humanos son: tortura, desapariciones forzadas de personas, violaciones sexuales, detenciones arbitrarias, intimidaciones, despojo de tierras e interrogatorios ilegales.
Organizaciones sociales, como el Centro de Derechos Humanos de la Montaña Tlachinollan, sostienen que la militarización en la zona indígena viola los derechos humanos de los habitantes en el municipio de Ayutla. Esto debido a que dos de los líderes indígenas fueron detenidos y encarcelados en 2013: Arturo Campos Herrera y Bernardino García Francisco.
Tlachinollan condena: «Las políticas públicas no han abordado las causas estructurales de la pobreza, la miseria y la migración masiva que propician la violencia. Y las intervenciones del Ejército en las tareas de contrainsurgencia y de seguridad pública, que han dejado un alto número de violaciones a los derechos humanos de la población».
«En el municipio de Ayutla, el trabajo de la Organización Indígena del Pueblo Na savi (mixtecos) y la Organización del Pueblo Indígena Me phaa (tlapanecos), responde a las necesidades organizativas de las comunidades para superar un contexto de pobreza, marginación y fuerte discriminación hacia las poblaciones indígenas. Sus demandas a los poderes públicos, sobre todo del ámbito municipal, se centran en una distribución más equitativa de los recursos que les permita tener acceso a servicios públicos. Estas organizaciones denuncian que la militarización de sus territorios es la principal respuesta que han recibido ante sus reivindicaciones de derechos», se lee en el informe de Brigadas Internacionales de Paz - Proyecto México.
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Después de caminar una hora, escucho el balido de los chivos que brincan de un lado a otro; a unos metros de ahí veo a una mujer vestida con huipil (blusa) blanco y enaguas moradas que sostiene un machete, bajo la sombra de los abetos.
La marginación de esta zona se explica por los pies de las mujeres y niños. Casi el 80 por ciento no usa huaraches: andan descalzos incluso cuando tienen que caminar trechos largos por esos caminos pedregosos.
«Ya va’a un nana (Está bien, señora)» saludo a la mujer en su lengua materna. Ella contesta con la misma palabra con una voz más aguda. El saludo sirve para entablar la plática.
Dice que se llama Librada y me cuenta que todos los días sale a cuidar sus chivas porque es su única fuente de trabajo y economía. Que siempre lo hace en ese tramo porque es más fácil de llegar.
Aprovecho para saber más sobre la carretera que no ha sido reparada desde hace más de cuatro años. Dice que hace muchos años, cuando pasó ahí la máquina para abrir la brecha en las faldas de los cerros, les dijeron a los lugareños que se pavimentaría el camino, pero que nadie lo ha arreglado.
La imagen de Librada evidencia el grado de marginación en Guerrero, donde la población vive en condiciones paupérrimas, con bajos niveles educativos y de salud, así como con los ingresos más bajos de la República mexicana.
En 2005, el Consejo Nacional de Evaluación de la Política de Desarrollo Social (Coneval) midió que de los tres millones 115 mil 202 de guerrerenses, 42 por ciento se consideraba como pobres alimentarios; otro 50.2 por ciento se clasificó como pobres de capacidades, es decir, si bien sus ingresos per cápita les permitían cubrir sus necesidades alimentarias, no les alcanzaban para proporcionar educación y salud a los miembros de la familia. Finalmente, 70.2 por ciento de los guerrerenses fueron catalogados como pobres de patrimonio, por tanto, sus ingresos per cápita les eran suficientes para cubrir las necesidades de alimento, salud y educación de su familia, más no para adquirir ropa, calzado, vivienda y transporte.
En ese mismo año, el Instituto Nacional de Estadística Geografía e Informática (INEGI) dio a conocer que en Guerrero 19.86 por ciento de población de 15 años o más no sabe leer ni escribir, mientras que a escala nacional el porcentaje era de 8.35, lo que colocaba al estado en términos de analfabetismo, en 11.51 puntos porcentuales por arriba de la media nacional.
Librada se encuentra dentro de este porcentaje: no sabe leer ni escribir; sólo se comunica en su lengua materna.
Hace un año, Minerva Emiliano Porfirio contó mientras observaba la foto de su hija Alicia, de seis años, fallecida a causa de tuberculosis: «Mi hija, la mató la pobreza: no tuvimos dinero para comprarle su tratamiento, y en el centro de salud nos dijeron que no había medicinas. El domingo que se puso grave la llevamos a Ayutla, pero no sirvió de nada; nomás la llevamos a morir».
De ahí, el grado de marginación en servicios de salud, el INEGI encontró en 2005 la carencia de estos servicios, el 74.8 por ciento de los habitantes del estado, situación que se acentúa en las regiones Montaña, Costa Chica y la Sierra, donde por falta de carreteras las comunidades se encuentran aisladas. En la Montaña y Costa Chica se localizan los cuatro pueblos indígenas asentados en Guerrero.
Datos de UNICEF 2005, señala que 96 por ciento de la población indígena no tiene acceso a servicios de salud por falta de hospitales con personal calificado y con equipamientos básicos. La Montaña cuenta con un hospital general en Tlapa para atender a 300 mil 500 personas repartidas en 17 municipios (con sólo tres ginecólogos, dos anestesistas y un pediatra contratados para cubrir un solo turno); seis hospitales básicos comunitarios (sin especialistas ni equipamientos básicos) y unas 166 unidades de salud, de las cuales más de la mitad no cuentan ni siquiera con la presencia de un médico general (funcionan sólo con enfermeras y otro tipo de personal menos calificado).
Librada confirma este escenario negativo cuando dice que es muy común que los adultos y los niños se enfermen, aunque no alcance a distinguir cuáles son las causas de las enfermedades y la muerte en su comunidad.
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Encorvadas por el peso que llevan en la espalda, caminan a paso lento, en las faldas de los cerros que los llevan a El Paraíso. Micaela viste huipil y enaguas blancas, mientras María lleva un huipil y enaguas rosas. Aparte de la leña que llevan a cuestas, cargan sus morrales y un manojo de varas para hacer escobas.

Cuando ven que les hago unas fotos, protestan porque, según ellas, están muy feas y no saldrán nada bien en las imágenes. «Kini in va ndu, va’a ni inga kivi sakan tava un ndu’u (estamos feas, mejor otro día nos tomas fotos)», reclaman al mismo tiempo.
Después de sus reclamos, acceden a platicar de su vida en El Paraíso. Explican que el esposo está cosechando maíz, que por eso no tienen leña.
Micaela confirma que los problemas que tiene la región son la falta de médico y de trasporte público, y que lo más difícil es cuando se enferman porque no hay forma de acudir a un hospital.
Justo en el tema de las costumbres y la policía comunitaria, escucho el motor de un camión que se aproxima. Antes de despedirme de ellas alcanzo a hacerles otras fotos.
Para esperar el carro, tengo que caminar cinco minutos por un camino empinado. Se trata de un camión repartidor de cervezas. Hasta acá, las comunidades apartadas, no llegan antibióticos pero sí llega el vicio.
El camión se detiene, el copiloto me pregunta:
–¿A dónde Vas?
–A Ayutla –le contesto.
–Mira, ya no hay cupo, acá vamos tres; si quieres puedes irte colgado de la puerta del lado del copiloto –ofrece el conductor.
No hay de otra, acepté viajar en esa condición; cada bache o canaleja es un brinco; y las ramas de los árboles que golpea los brazos y la cara. Sólo así puede salir uno de esa región inhóspita.

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